Buenos Aires:
Laika Records,2012.
Emil García Cabot
Asociación Americana de Poesía.
Cuando a
la poesía se le anexa la música, es dos veces poesía.

De modo
que si la música es el arte de combinar los sonidos, la poesía es el arte de
combinar las palabras. Y de los subyacentes ritmos y armonías que resulten de
ese acoplamiento, el compositor extrae su inspiración para la música.
Canto a la poesía (un álbum de dos CD) reúne un bellísimo y
variado conjunto de poemas musicalizados por Carlos Flores e interpretados por
su grupo vocal e instrumental denominado Los
Laikas. Y doble es el logro artístico si tenemos en cuenta que el autor dice los poemas además de cantarlos. Su
voz, deslizándose cálida sobre los versos, encuentra siempre el apropiado
acento para los vocablos de cada canción.
En La balada del Príncipe, que abre el
recital del Disco 1, la melodía y el ritmo ideados por Carlos Flores
contribuyen a destacar el carácter reflexivo de la letra, siendo otros, por
cierto, el tono y la modulación con que interpreta la composición siguiente: Quiere a tus sueños, donde la melodía
fluye dulce y liviana, placidez que, con el apoyo de la quena, se acentúa en la
tercera ejecución, Maestro de estrellas.
Las tres composiciones, corresponden: la primera, a una adaptación de la novela
El regreso del Joven Príncipe de Alejandro Guillermo Roemmers,
por el poeta salteño José Gallardo y las dos siguientes al autor de la
renombrada novela.

Adiós y promesa de reencuentro, de Josefina Leyva,
inspiró a Flores esta canción que pone en el ambiente un aire de deseada pero
frágil primavera. Y en Recuerdo en la
niebla, es a través de la reminiscencia que la autora procura la
recuperación del amor con nostálgicas imágenes exaltadas por la música.
Altamente
conmovedores son los versos de Gabriela y
la infancia, de Nuri Escorza, cantados con un ritmo que propicia el
recuerdo de la gran Gabriela Mistral y la situación que describen,
lamentablemente aún vigente entre los niños de nuestra América.
De Juana
Alcira Arancibia, A mis árboles muertos,
el aire de ronda bucólica de la composición destaca la íntima y evocadora
nostalgia de los sencillos y emotivos versos de la autora.
Fiesta, sobre el poema homónimo de Ester de Izaguirre, pese a
aludir desde su título a un supuesto momento de alegría y regocijo, descorre el
telón de la honda tristeza subyacente en el alma de una de las participantes
del evento, tristeza apenas mitigada por el cálido atavío con que la reviste la
canción.
Graciela
Bucci está presente con En el reverso de
la vida, ese imprescindible espacio que debe darse el alma y la existencia
humana con el nacer de una esperanza que haga posible la continuidad de la vida
sin exigir el olvido de lo vivido.

Madre de soledades, de Olga Ferrari, es un clamor que, con
sus fuertes imágenes, desnuda la horrible condición social de los sin techo
que, ovillados “con harapos enmugrecidos”, “congelan la sangre” del peatón que
los tiene a la vista.
Melodía del silencio nos trae, en su fluido discurrir, la
persistente melodía del viento y de los ríos sureños. Los versos de Cecilia
Glanzmann desbordan emotividad al describir el aspecto telúrico y descarnado
del paisaje patagónico, que con la música percute mágicamente en nuestros oídos
aun después de haber pasado por ellos.
Canción
de amor por excelencia, Muchacha
incomprendida relata un amor de juventud que parece resurgido tras el
reencuentro de los amantes. La música es aquí portadora de los apasionados
versos de Sebastián Jorgi.

Con un
mayor despliegue instrumental –en el que resalta la percusión–, ritmo y melodía
bordean el carácter grave de una marcha fúnebre en Japón (“Japón tapizada de muerte”, reza uno de los versos de Marta
Cristina Salvador), que cierra, en un tono trágico contrastante con el resto
del programa, el contenido de este álbum de canto a la poesía.
De
seducción y enamoramiento hablan los versos de Eres la llama lenta, de Estrella Arroyo de Guedes, con que se
inicia el Disco 2. Ondulante, y con reminiscencias de un carnavalito en el
estribillo, la música despliega la letra con, por momentos, cierta atmósfera de
misterio a la que no le es para nada ajena el amor.
Los de
por sí rítmicos versos de Estrella
peruana, de José Gallardo in memoriam
de Estrella Arroyo de Guedes, corren saltarines con la adecuadísima música e
interpretación de Carlos Flores y Víctor Ríos brindando su hermosura y sencillez a lo largo de sus seis emotivas
estrofas.
Raíz herbácea, de María Elgul de París, posee la frescura del canto a
la propia tierra. Aquí, los hermanos Carlos y Andrés Flores, velando ingeniosamente
al chamamé, vuelven más mágica la melodía y más intensamente profundas las
apretadas palabras del poema.
Cecilia
Glanzmann y su poema Persistir, que
saluda a la vida llevada con entereza y empeño ante los demás y ante uno mismo
en medio de los más difíciles avatares, da letra a una música de ritmo
batallante, en un todo acorde con el carácter de los versos.

Gladys
Abilar está presente con Otoño, cuyo
transcurrir lento y minucioso es acompañado por el acompasado ritmo de la
canción que describe el proceso estacional sin desfallecimientos, porque
“siente que la vida se ha escapado/brota savia de sus venas sorprendidas”.
Mabel
Fontau vuelve a este rico repertorio con Rodar;
rodar que no es otro que el del paso del tiempo en su marcha hacia la consumación
de la vida, pero con la esperanza de un renacimiento signado por el amor.
Mensajes son los que se le presentan a Juana Alcira Arancibia en
la melancólica rememoración que le suscita la vista de las golondrinas que llegan
con “la inocencia de sus vuelos” y “el cansancio de la altura” desde sus lejanas
tierras. El acompasado ritmo de la canción destaca la bucólica frescura del
poema. Y son también los sentimientos de esta autora y del músico Carlos Flores
los que en Mi casa se aúnan para
expresar lo que inspira el tener que abandonar el hogar: entrar, acaso, en el
desamparo, “porque es de piedra/el corazón de todo”.
Los
delicados versos de Cristina Pizarro en La
figura blanca, se deslizan como fluyente agua clara por las notas de la
también delicada melodía que los deja correr en la dolida y omnipresente
evocación de la madre de la autora, porque ya está instalada en la eternidad.

Por su
parte, Nélida Pessagno, con su solidario y bello poema Ave Poesía, le da sustentación a lo expresado por María Paula Mones
Ruiz. Una invitación, realmente, a que estas dos canciones se viertan siempre
juntas, en aras de la Poesía
que tan bien representan.
José
Gallardo poetiza su sentir por Salta en los versos de Aroma de Salta. Melodiosas en sí mismas, las estrofas se suceden
prestas al canto con que las echa al aire Carlos Flores en rica conjunción de
arte y belleza.
Y de
Salta a Tucumán con Miel de caña, de
Martín Ascheri Moyano. Caja y guitarra le sacan chispas a los versos que
reviven los felices momentos pasados por el protagonista en compañía de un
changuito de la zafra.
Esta
feliz selección se cierra con un radical cambio en los compases, ya que es un
aguerrido tango el que le presta su ritmo a las palabras de Graciela Licciardi
con Por la vida a contramano. Firme
es la decisión del protagonista de no dejarse abatir por las malandanzas: las
impuestas por la vida no menos que las de su propia cosecha.
El grupo
Los Laikas está integrado por Carlos
Flores Plantarrosa, Andrés Flores Plantarrosa y Víctor Ríos. Los músicos
cuentan con quena, sikus, flauta traversa, charango, teclado, guitarra,
accesorios y percusión para verter sus composiciones.
El álbum
está presentado por Bertha Bilbao Richter, quien destaca el logro de los
intérpretes en llevar la poesía de los reducidos círculos literarios y el
hermetismo académico al público en general.
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